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Historia breve del diaconado
Alusiones con respecto al diaconado en la Iglesia anteceden al Nuevo Testamento. En la plegaria de ordenación del diaconado son nombrados los "hijos de Leví". Moisés, instruido por Dios, estableció un grupo de hombres, los levitas, para que representaran al pueblo en servicio de los sacerdotes y para ser ministros del antiguo tabernáculo en la Antigua Alianza (Números 18,2-6).
La Iglesia siempre ha interpretado la selección de los “siete hombres de gran reputación” en Hechos de los Apóstoles 6,1-6 como el inicio del origen del diaconado como un ministerio único del servicio cristiano. Los apóstoles nombraron a estos hombres para que asistieran en las necesidades de las viudas de habla griega en la Iglesia antigua de Jerusalén. La institución del orden de los diáconos por los apóstoles nació de una temprana necesidad de servicio en la Iglesia, ya que los apóstoles no podían atender a todas las necesidades. La solución fue en instituir a siete hombres de buena reputación para que los asistieran en el ministerio. A través de la imposición de las manos y la plegaria de ordenación ellos encomendaron a estos hombres el ministerio de servir en la mesa.
San Pablo describe las cualidades particulares que todo hombre necesitaba para ser considerado al orden del diaconado (1 Timoteo 3,8-13). Se puede deducir, en base a otros textos del Nuevo Testamento, que los diáconos en la Iglesia primitiva predicaban (San Esteban, Hechos 6-7), bautizaban (San Felipe, Hechos 8), y servían en la comunidad. Con la propagación de la fe en la Iglesia naciente, los diáconos comenzaron a tener funciones litúrgicas.
Algo para resaltar es que en los evangelios, la palabra griega con el cual se va a designar al orden del diaconado es diakonia. Tal término estaba arraigado en el mismo Jesucristo. Jesús se ofrece a sí mismo en servicio total al Padre:
Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me ha enviado.
Juan 6,38
Pero estoy entre ustedes como uno que sirve (diakonia).
Lucas 22,27
Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo... se humilló así mismo
Filipenses 2,7-8
En conformidad con Cristo el Siervo, un carácter esencial de la Iglesia es ser la servidora de Dios y de su pueblo. El diácono es un ícono de esta actitud de servicio en medio de la Iglesia.
En la Iglesia primitiva, el diácono asistía al obispo durante la sagrada liturgia, en la administración de los bienes y en la distribución de limosna para los pobres. San Ignacio de Antioquía, en el siglo II, consideraba a que era impensable hablar de la Iglesia son el orden sagrado: obispo, presbítero y diácono. En su Epístola ad Trallianos, afirma que desde los origines, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en tres grados:
El de los obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Los ministerios conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: sin el obispo, los presbíteros y los diáconos no se puede hablar de Iglesia.
(3:1)
A medida que el orden de diáconos se hizo más prominente en los primeros siglos de la Iglesia, el diácono pasa a ser uno de los brazos del obispo. El diácono asistía al obispo en la sagrada liturgia, ejercía responsabilidad de los bienes temporales de la Iglesia, y distribuía la limosna a los pobres. En su papel como asesor, representante legal y confidente del obispo, era común y lógico que él fuese la opción obvia para suceder al obispo después de fallecer, después recibía la ordenación sacerdotal y episcopal.
Después del siglo V el diaconado experimenta un declive gradual en occidente. Para el 400 d.C. los abusos de poder y los conflictos con el orden de presbíteros, con frecuencia por motivos de compensación monetaria, son citados como los factores que contribuyeron al descenso del diaconado y eventual desaparición como un orden permanente dentro de la Iglesia Latina. Cambios sociales dentro de la Iglesia llevaron al desarrollo de monasterios y órdenes religiosas que tomaron responsabilidad de las instituciones caritativas, y de esta manera contribuyeron también en la reducción de la necesidad de diáconos, ya que ellos habían estado a cargo de responder a tales necesidades. En los siglos siguientes muchos otros factores contribuyeron esta cadena de eventos y ya para el 800 d.C. el diaconado pasó a ser, fue reducido, un paso transitorio para el sacerdocio en la Iglesia Latina. El diaconado no podía ser abolido debido a que este orden tenía raíces (orígenes) apostólicos que se remontaban al Nuevo Testamento. La solución en este tiempo fue el de convertirlo en un paso (etapa transitoria) hacia el sacerdocio. En las iglesias de oriente, el diaconado permaneció como un ministerio y orden permanente.
Durante los años 50s propuestas para promover una restauración del diaconado como orden permanente dentro de la Iglesia Latina empezaron a circular en Alemania. En los 60s algunos padres conciliares (Concilio Vaticano II) propusieron a la Iglesia universal que el ministerio del diaconado que procedía de los apóstoles, como tal, debía ser restaurado como un orden permanente en la Iglesia. Lumen Gentium afirma que corresponde a las distintas conferencias episcopales, según sus necesidades...
Restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía.
(Lumen Gentium, 29)
Esta constitución dogmática también asigna los siguiente ministerios tradicionales del diaconado: administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura y dedicarse al oficio de la caridad y la administración.
El diaconado como grado propio y permanente fue formalmente restaurado por Papa Pablo VI en 1967 y ha tenido un crecimiento gradual. El 18 de junio de 1967 Papa Pablo VI decreta la carta apostólica Sacrum Diaconatus Ordinem, un documento que restablece el diaconado de manera permanente en la Iglesia Latina. En mayo de 1968, los obispos católicos de los Estados Unidos hacen la petición a la Santa Sede para obtener el permiso para la restauración del diaconado. El delegado apostólico informa a los obispos el 30 de agosto de 1968 que el Papa Pablo VI acepta su petición. La Conferencia Nacional de los Obispos Católicos crea un comité para encargarse del diaconado en noviembre de 1968. En 1971 el comité publica una serie de monografías que sirven como catequesis nacional sobre el diaconado, llevó por nombre Diáconos permanentes en los Estados Unidos: Directrices para su formación y ministerio. El 21 de mayo de 1977 Monseñor John J. Cassata ordena al primer diácono para la Diócesis de Fort Worth. Para diciembre de 2014 la diócesis cuenta con 88 diáconos activos en el ministerio.
Contactos:
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Director de Formación Diaconal
817-945-9483
Paola Quintero-Araújo, MA
Director Asistente de Formación Pastoral
817-945-9353
Sr. Anne Frances Ai Le, OP, PhD, MA
Director Asistente en Formación Intelectual
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Asistente administrativa
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